PARA ESTA SEMANA SEPTIEMBRE 18 DE 2017
Un corazón dispuesto al perdón y al amor con la paciencia y entrega que implica el amar.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Bendiciones y paz para la semana que comenzamos.
A las personas que nos ofenden les tenemos que perdonar hasta 70 veces siete, nos dice Jesús. Esto significa perdonar siempre, todas las veces. Perdonar al que nos ofende es hacer lo mismo que hace Dios con cada uno de nosotros cada vez que fallamos, que pecamos y que nos arrepentimos y pedimos perdón.
En el Evangelio de Mt. 18, 21-35 con el que nos encontramos este domingo nos damos cuenta que la ofensa está equiparada, en la parábola, con la deuda; cuando ofendemos, cuando hacemos el mal, quedamos debiendo. Debemos el bien que tenemos qué hacer, debemos las disculpas que tenemos que pedir. Debemos amor a quienes nos aman. Y a pesar de la deuda o de la ofensa, Dios nos perdona, nos perdona siempre; perdona nuestras deudas que se han vuelto impagables y ese es el por qué nosotros debemos perdonar a los que fallan, a los que nos deben. Más misericordia ha “gastado” Dios en nuestra deudas, pecados y ofensas para que estemos libres, en paz y felices, que lo que nosotros hemos de “gastar” en los que nos deben u ofenden.
Lo que nosotros pedimos a Dios debemos estar en capacidad de darlo también a los demás. Si pedimos amor es para amar, si pedimos misericordia es para perdonar, si pedimos paz es para construir un mundo nuevo, si pedimos cosas es para ser solidarios. Al darnos, Dios nos libra del sufrimiento; nos da para que también nosotros hagamos lo mismo con los demás.
Perdonar es una acción del corazón por la cual llenamos de posibilidades a los demás. Es librar al otro del desamor, es salvarlo. Es cargarlo y asumirlo con toda la realidad, es hacer del débil alguien fuerte, pero en mis propias fuerzas. Su fortaleza acabará siendo mi propio cansancio.
En pocas palabras: es hacer que Dios se haga humano, palpable y amoroso en mi perdón. El amor y la misericordia vienen de Él y nosotros transmitimos en los genes mismos del cristianismo estos dones para los demás.
La medida que usamos en el amor la usará Dios y la medida del perdón, de la misericordia la usará también Dios con nosotros. Los que no perdonan, los que tienen en su corazón odios, rencores; los incapaces de amar y que optaron por el desamor, no deben pedir nada a Dios ya que lo que Él da a la humanidad es para el bien y no podrá dar el bien a quien tiene un corazón torcido, lejos de la experiencia del amor. “Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.