Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Mi saludo con los mejores deseos de paz y bien en el Señor que nos invita a no ser indiferentes frente a la realidad de dolor, de pobreza, de marginación que viven tantas personas y muchas de ellas muy cercanas a nuestra propia vida.
No es tiempo de encerrarnos en el propio esplendor y poderío, hacemos parte de un mundo que nos necesita; de alguna manera todos tenemos para compartir, para aliviar el dolor y la miseria que tienen algunas personas. Darnos cuenta, darse cuenta, saber que a la puerta de nuestra casa existe alguien que necesita de nosotros, que sufre.
Darse cuenta y abrirse es repetir el gesto del samaritano que se detiene ante el que fue asaltado y golpeado y le ayuda, le salva la vida; es repetir o tener el gesto de Jesús que se apiada de un hombre que llevaba más de 30 años esperando llegar a tiempo a la piscina para ser curado o el gesto aquel que lo llevo a acercarse al ataúd del hijo único de una viuda en Naín.
Gestos de apertura que además implican movernos, abrir la puerta, darnos, solidarizarse.
El cielo es para los pobres y abandonados, es para los humildes y generosos que entendieron que el amor es un motor que mueve a la solidaridad; el cielo está para los que ponen en práctica las enseñanzas de la Palabra de Dios.
Cielo es lugar de paz, de saciedad; es premio y bendición para todos los que entregando todo se han quedado con el Todo, con Dios mismo.
El rico sabía de Lázaro pero lo ignoró, se encerró en su abundancia y riquezas.
El pobre recibió el consuelo de Dios cuando murió, el rico fue ignorado por Dios y fue al lugar de la ausencia, de la muerte, del abismo. El rico sabía lo que tenía qué hacer y para qué eran las cosas y que en el compartir y ayudar al necesitado estaba la vida y al ignorar fue privado del cielo. El rico día a día fue construyendo su infierno, su propia soledad. Pierde su nombre y por lo tanto no podrá ser llamado por el amor.
Al rico que no veía a Lázaro, le llegó el momento de ver, de reconocer que toda su vida fue pobre porque careció de Dios, de su amor y misericordia. El pobre fue recompensado por en vida entendió que lo único que tenía era Dios que además le llenaba de esperanza cada día.
Fuente: https://parroquiacarmelitascucuta.com
Más reflexiones del Padre Jaime Alberto Palacio González, ocd