PARA ESTA SEMANA: SEPTIEMBRE 26 DE 2016.
Cristianos sin Cristo, religiosos sin amor.
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito y de tantas partes del mundo. Mi saludo cordial que lleva los mejores deseos de paz y bien en el Señor Jesús que de manera muy especial nos invita a la solidaridad y a un compromiso mucho más serio con las personas necesitadas. Es una invitación a que abramos las puertas, a que no perdamos la conciencia de que otros existen, no estamos solos en el mundo, nos estamos para vivir encerrados. Por la gente cada uno puede hacer algo bueno. Eso de vestir, de dar de comer, de visitar, de acoger, siguen siendo propuestas válidas para la experiencia de fe y de amor que nos propone Jesús.
Muchos estamos viviendo sin llegar a darnos cuenta de las desgracias de los demás. Muchos vivimos un mundo de comodidad y desde ahí también viviendo una religiosidad sin amor y por tanto sin solidaridad, sin generosidad. Cuando la vida se comienza a vivir desde una experiencia real de Dios, de su amor, de su ternura y compasión entonces también nos abrimos a los demás, a los marginados y a los que sufren. Nos abrimos a la misericordia y también nos atrevemos a ser capaces de perdonar.
La dinámica real de una experiencia de Dios, de una vida auténticamente cristiana nos exige abrir las puertas de la casa y preocuparnos del que vive en desgracia. Es la dinámica del samaritano que auxilió al que fue asaltado; es la dinámica de Jesús que se detiene ante una multitud hambrienta y sedienta para alimentarla e instruirla; es la dinámica que lo lleva a detener el entierro del joven hijo único de una viuda en Naím y es la dinámica que le hace llorar ante el sepulcro de su amigo Lázaro.
Podemos vivir engañados pensando que somos buenos, religiosos, piadosos, cumplidores de la ley, pero a la hora de verificar esto en el trato con los demás; en las obras de misericordia que hacemos, en la compasión que podemos sentir por los demás, estoy casi convencido que perdemos el examen y tristemente tendremos que reconocer que somos cristianos sin Cristo, que somos personas religiosas sin amor. No deja de ser preocupante que muchos de nosotros iremos a parar a la izquierda del juez y estaremos llorando y lamentándonos como lo hizo el rico frente a la realidad de la eternidad y de cielo de Lázaro o como la multitud que en el juicio final de Mateo 25, 31 ss., reclama piedad diciendo y… “cuando te vimos hambriento o sediento, desnudo o en la cárcel…”
Tengamos pues en cuenta que de una persona rica son los banquetes, el vestido fino, las grandes fiestas, pero no es la indiferencia frente al que sufre o al que se sienta a mendigar en la puerta de la casa. El pobre podría tranquilamente disfrutar del banquete, no era necesario que esperara las sobras, se podría pensar también en que, a nuestro lado, en la puerta, caminando con nosotros alguien está con hambre o está enfermo. Alguien necesita consuelo y amor. Alguien quiere ser amado con ese amor que nosotros tenemos.
Recibamos los bienes y con solidaridad compartamos con los más necesitados. Abramos las puertas, el corazón. Abramos la vida para que nos demos cuenta que los pobres y los necesitados, que los marginados y los excluidos están muchos más cerca de lo que podemos llegar a pensar.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd