De caminantes a discípulos
Mis queridos amigos de santa Teresita, de san José, del Carmen de La Habana, del Carmelo de Quito, Carmelitas Cúcuta y de tantas partes del mundo. Mi saludo cordial con los mejores deseos de paz y bien en el Señor que en esta semana nos invita a asumir con responsabilidad todas las implicaciones que trae consigo el ser sus discípulos.
Se puede caminar con Jesús, a su lado; se le puede escuchar con atención y admirarse por su enseñanza; podemos ser sanados o liberados por él. Pero pasar de caminante a discípulo implica necesariamente renunciar a la familia e inclusive a sí mismo. Renunciar, tomar la cruz, asumir con radicalidad la nueva vida, la nueva manera de entender al prójimo y de relacionarse con él; estar dispuesto a asumir las críticas y las persecuciones por seguir a Jesús, son exigencias que ahora el Señor le hace a todos aquellos que quieren seguirlo y aceptar con radicalidad el reino.
Ser seguidor para convertirse en discípulo implica que nos detengamos pensemos las cosas, hagamos los cálculos y midamos las propias fuerzas.
Debemos discernir bien sobre todo lo que nos podría suceder al optar por Jesús. El seguimiento a Jesús no es de emociones; sus enseñanzas serán fructíferas si la tierra es buena, si la semilla se cuida, si todo acaba en una relación de amor confesado públicamente como el de Pedro en Galilea, si estamos dispuestos a renunciar a nosotros para que Él sea quien viva en nosotros y obre a través de nosotros.
Renunciar es vaciarse para llenarse de Él, implica silenciarse para que Él hable; renunciar para conseguirlo todo. Nos hacemos sus discípulos cuando entendemos que Él es el tesoro escondido, la perla de gran valor. El seguimiento al Señor es cuestión de decisión, es un acto en libertad pero que compromete todo el ser para que seamos todos para Él, para el servicio en el amor a los demás. Preferir a Jesús con todo el ser. Alejarse de todo lo que nos aleje de Cristo. Elegir a Cristo es entender que por encima de Él no hay nada ni nadie. Los anhelos más sublimes del ser humano son colmados en Cristo.
Con mi bendición:
P. Jaime Alberto Palacio González, ocd.