1. PRIMERA PALABRA: PADRE, PERDÓNALOS, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN (LUCAS 23:34.)
LA PALABRA MISERICORDIOSA
Podemos decir que todo el plan de nuestra salvación radica en la misericordia de Dios. El secreto de tal maravilla, en la cual desean mirar los ángeles, se basa en la soberana misericordia de Dios. «De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito….» (Juan 3:16). «La gracia de Dios que trae salvación…. se manifestó» (Tito 2:11).
El corazón de Cristo estuvo lleno de misericordia, de compasión, a través de todo su ministerio público.
Se compadecía de los enfermos y los sanaba, de las gentes hambrientas y les daba de comer, de los inocentes niños que estaban por entrar en los azares y vicisitudes de la vida, y los bendecía. Estos rasgos de compasión son comprensibles hacia tales personas, pero lo extraordinario, lo inverosímil, desde el punto de vista humano es compadecerse de los enemigos, de los que nos hieren, de los que nos afrentan; sin embargo, hasta este punto llega el amor de Jesucristo, hasta amar y bendecir a los que eran material y moralmente culpables de los terribles dolores que en aquellos momentos le afligían.
Séneca nos dice que los crucificados maldecían el día en que nacieron, a los verdugos, a sus madres, a todo y a todos, incluso terminaban escupiendo a los que les miraban. Cicerón nos cuenta que a veces era necesario cortar las lenguas a los que iban a ser crucificados para impedir que blasfemaran de una manera terrible en contra de los dioses. Es seguro que los verdugos de Cristo esperaban oír voces y maldiciones de aquel que por las órdenes recibidas de poner su cruz en medio, consideraban, sin duda, como un jefe de malhechores; los fariseos y escribas, que conocían mejor al Maestro de Galilea, esperaban oír por lo menos quejidos de dolor, pero ¡cuan sorprendente fue lo que oyeron!
De los labios de Cristo salió no un grito, sino una plegaria, una dulce y suave oración de perdón.
El verbo griego no está en pasado, sino en gerundio; legein no es «dijo», sino «iba diciendo». Lo que nos hace suponer que esta admirable frase fue repetida varias veces, durante el cruel proceso, cuando los clavos entraban en la carne, cuando la cruz fue levantada y el dolor se hacía más agudo. Jesús iba repitiendo la plegaria de perdón.
¿Por qué tal maravilla? ¿Por qué Jesús es todo amor? Sí, lo hemos dicho al principio: «Dios es amor»; y esta es la base de la Redención. Pero también porque es sabiduría infinita. Se ha dicho con razón que comprender es perdonar, y comprendía, conocía la ignorancia de todos los culpables del horrendo crimen. «No saben lo que hacen.» ¿Quiénes? ¿Los soldados? Nosotros, a lo sumo, tratando de ser imitadores de nuestro sublime Maestro, habríamos dicho: «Perdona a los soldados», a los ejecutores materiales de esta atrocidad, porque son irresponsables, obedecen órdenes; pero castiga a Pilatos, a Caifas, a los sacerdotes, a todos los miembros del Sanedrín.
Pero la súplica de Jesús incluía a unos y a otros; pues sabía que también éstos eran ignorantes del gran misterio de su persona. Y que su súplica obtuvo respuesta, lo vemos en Hechos 6:7.
Pero la misma súplica misericordiosa es una advertencia, pues nos muestra una razón para la misericordia que tiene sus límites; límites que dejan al que los traspasa fuera del alcance del perdón. Hasta aquel momento, todos los más directamente culpables de la muerte de Cristo, se hallaban incluidos en la misericordiosa súplica, pues no habían sabido comprender el significado de la persona de Cristo. Lo tomaron por uno de tantos falsos Mesías, pero después que el Evangelio fue predicado con tanta claridad y fue del dominio público en la ciudad de Jerusalén.
Después que Pedro aplicó tan claramente las profecías del Mesías Redentor a la persona de Cristo, y demostró por qué era necesario que el Cristo padeciese; después que puso en evidencia la prueba irrefutable de su resurrección (que los príncipes de los sacerdotes sabían mejor que nadie que era un hecho real, porque se lo dijeron los saldados que guardaban el sepulcro), los que se empeñaron en ver en El, no el anunciado descendiente de David, el Mesías de Dios, sino un mago resucitado por el poder de Belcebú, porque así convenía a su orgullo y a sus intereses; los que tal hicieron, quedaron fuera del perdón, como antes lo había quedado Judas. Tuvieron bastante evidencia y la rechazaron. No tendrían ya excusa delante del tribunal de Dios.
¿La tendrás tú, que has oído una y otra vez el Evangelio? ¿Puede decirse que no sabes lo que haces cuando endureces tu corazón a los llamamientos de la gracia de Dios? ¡Oh, que ninguno de los presentes quede en la terrible situación de Faraón, de Judas, de Caifas, de Pilato o de Herodes; sino en la de los ciudadanos y sacerdotes judíos que obedecieron a la fe.
Más reflexiones de la Semana Mayor