Valioso es un amigo fiel. Su precio es incalculable (S. Biblia Ecl. 6, 15).
Entre los muchos santos que han llevado el nombre de Dionisio, el santo de hoy fue llamado «El Grande», o Dionisio Magno. San Atanasio lo llamó «Maestro de la Iglesia Católica», por su gran sabiduría y el notable ascendiente que tuvo entre los católicos de su tiempo.
Nació y vivió en Alejandría, Egipto. Al principio era pagano, pero después de haber tenido una visión, y al dedicarse a estudiar la S. Biblia se dio cuenta que la verdadera religión es la católica y se convirtió.
En aquellos tiempos la escuela de teología más famosa que tenía nuestra Santa Iglesia era la de Alejandría.
Allá iban a enseñar o a aprender los más destacados intelectuales del clero y Dionisio brilló allí como un alumno especialmente dotado de gran inteligencia y de prodigiosa memoria, y poco después de graduarse fue nombrado como director de tan famosa escuela, cargo que ejerció durante 15 años con aplauso de todos.
En el año 247 Dionisio fue elegido obispo de Alejandría, pero luego empezaron las persecuciones. Al principio eran los sacerdotes paganos que incitaban al populacho contra los seguidores de Cristo. Luego estalló la terrible persecución de Decio, y lo primero que hizo el gobernador de Alejandría fue mandar llevar preso a Dionisio. Los perseguidores lo buscaron por todas partes, menos en su casa, pues se imaginaban que había salido huyendo. Pero él no se había movido de su habitación.
A los cuatro días Dionisio dispuso huir con todos sus ayudantes pero la policía los atrapó y se los llevó presos a todos, menos a uno de los empleados que logró huir a contar la noticia. El fugitivo se encontró con un enorme grupo de personas que se dirigían a celebrar unas bodas y les narró lo sucedido. Aquellas gentes se llenaron de indignación y con palos y piedras atacaron a la policía y les quitaron a los prisioneros. Dionisio se oponía a esto, y se entristecía que ya no podía ser mártir. Pero aquellos hombres no le hicieron caso a sus ruegos sino que lo subieron sobre una mula y lo mandaron al desierto, para que allá quedara libre de los perseguidores. En el desierto estuvo varios años hasta que terminó la persecución.
Al volver a Alejandría se encontró con que algunos teólogos se oponían al Pontífice de Roma y le pedían a él que los apoyara en esta oposición.
Dionisio escribió a Novaciano, que era jefe de los rebeldes: «Es necesario estar resuelto a sufrir cualquier otro daño, antes que destruir la unidad de la Iglesia. Hay que estar tan dispuesto a morir a favor de la unidad de la Iglesia, como estaría uno dispuesto a morir por defender la fe». Y siguió siendo fiel al Papa de Roma.
El hereje Novaciano decía que a los que cometen faltas muy graves no se les debe perdonar nunca. San Dionisio, apoyando lo que enseñaba el Papa San Cornelio, escribió varias cartas recomendando tener una gran misericordia con los pecadores, y narraba cómo cuando un pobre que había sido muy pecador en la vida, estando moribundo pedía el perdón y la comunión, no teniendo más con quién enviarle la eucaristía, le mandaron la comunión con un niñito, y el pobre pecador al comulgar exclamó: «Ya he quedado libre de mis pecados. Puedo partir tranquilo para la eternidad». Y cuenta el santo que a aquel hombre pecador Dios le conservó milagrosamente la vida hasta que llegó el que llevaba la Sagrada Eucaristía.
Dionisio que había estudiado y enseñado por 15 años lo referente a la S. Biblia, empleó con gran maestría una serie de frases muy especiales de la Sagrada Escritura para combatir a los herejes. Estas respuestas de tan notable sabio sirvieron mucho en los siglos siguientes para enfrentarse a los que negaban verdades de nuestra santa religión.
En el año 257 estalló la persecución de Valeriano.
El gobernador de Egipto llamó a Dionisio y a sus sacerdotes y les exigió que adoraran a los ídolos del imperio. El santo obispo respondió: «Nosotros los seguidores de Cristo no adoramos sino al único Dios que existe, que es el Creador de cielos y tierra. Rezamos por Valeriano y los demás gobernantes, pero en cuanto a la religión sólo obedecemos a nuestra Santa Iglesia. Ofrecemos oraciones y sacrificios por la paz, el bienestar y la prosperidad de la patria, pero en cuestiones religiosas dependemos solamente de Nuestro Señor Jesucristo». Por más que el gobernador trató de convencerlos para que adoraran a sus ídolos, ellos no aceptaron, y fueron desterrados al terrible desierto de Libia.
Pero a los dos años el emperador perseguidor fue hecho prisionero y esclavo por sus enemigos, y Dionisio y sus sacerdotes pudieron volver a Alejandría. Más allá se encontraron que por falta de enseñanzas religiosas las gentes se habían vuelto violentísimas y peleaban y se mataban por cualquier cosa (la mayor parte de esas gentes eran paganas). No se podía ya ni salir a la calle sin peligro de ser asesinados. El santo obispo escribía: «Es más peligroso andar tres cuadras por esta ciudad, que viajar 300 kilómetros por el resto de la nación». Les faltaba el espíritu cristiano, que es caridad, perdón y paz con todos.
Y para colmo de penas llegaron la peste de tifo negro y la disentería.
Las gentes morían por centenares, pero entonces brilló la caridad cristiana. Mientras los paganos echaban los cadáveres a las calles y desterraban de sus casas a los enfermos, los cristianos dirigidos por su obispo, sepultaban caritativamente a los muertos y asistían con gran caridad a los infectados. Esto les atrajo muchas simpatías en la gran ciudad.
Después de haber sido obispo de Alejandría por 17 años dando muestra de gran prudencia y santidad y ganándose la simpatía y la admiración de creyentes e incrédulos, San Dionisio murió en el año 265.
San Epifanio cuenta que por muchos años las gentes lo recordaban como un verdadero padre y maestro, y dedicaron un templo en su honor. Sus virtudes y sus sabios escritos le dieron fama universal.
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