Etimológicamente significa “gobernante glorioso”. Viene de la lengua alemana.
Este joven vino al mundo en el seno de una familia acomodada de Portugal y Galicia. Desde que tuvo la edad suficiente para estudiar, hizo sus estudios profanos y sagrados.
Su vocación estaba marcada por lo religioso. Cuando menos lo esperaba, el pueblo entero, a los 18 años, lo eligió como obispo para la ciudad de las peregrinaciones, Santiago de Compostela.
No obstante, a pesar de su plena juventud recién iniciada, dio en todo pruebas de una exquisita madurez humana y espiritual.
Todos los días predicaba en la santa Misa y, tras la celebración del encuentro con el Señor, hacía como él: salir a la calle y preocuparse de los preferidos del Evangelio, los pobres y abandonados.
A medida que fue creciendo, observó con ojos de lince la situación moral en que se encontraba la diócesis.
Era necesario que las costumbres se reformaran con nuevo vigor y con un sentido cristiano en profundidad.
Su fama llegó a ser tan grande que el rey D. Sancho lo nombró su confidente y el director espiritual de su alma. El monarca, desde el inicio, dio la aprobación para que fuera el pastor de la ciudad.
Eran tiempos difíciles los que le tocó vivir. Por entonces, los normandos estaban invadiendo España y los moros a la vecina Portugal.
Y para colmo, en esta situación, el rey se encontraba fuera.
¿Qué hacer?
Orando a Dios y con la fuerza que da en estas situaciones límite, se puso al frente de las tropas y arengaba a sus soldados con estas palabras: «Ellos con carros y caballos, nosotros en el nombre del Señor».
Cuando terminó la batalla, toda la gente lo recibió en Santiago con vítores y alabanzas. El, huyendo de toda vanidad, se retiró al monasterio de Celanova, clave de la vida benedictina en aquellos lugares. Lo nombraron abad. En este monasterio se encuentran los códices en los que se narran sus milagros. Murió en el año 977.
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