Sinceridad. Sencillez, veracidad, modo de expresarse libre de fingimiento. Lealtad. Cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien. Autenticidad. Honradez, fidelidad a los orígenes y convicciones. Honestidad. Decencia, decoro, justicia.
—Diccionario de la Real Academia Española.
¿Qué sabes de estos valores?
El mundo donde vivimos a diario es un lugar confuso que nos manda mensajes muy variados con respecto a las acciones humanas. Éstos se contradicen pero todos nosotros tenemos la posibilidad de evaluarlos para distinguir la diferencia que hay entre la verdad y la mentira, entre las promesas que se cumplen y las que no se cumplen, entre el juego limpio y las trampas, entre la fidelidad a un amigo y la traición, entre las acciones apegadas a las propias ideas y las que se aceptan por capricho o conveniencia. La capacidad de reconocer esas diferencias es un ejercicio que debe afinarse todos los días, en cada momento y situación para rechazar los “falsos valores” y fincar una vida segura basada en la honradez y la verdad.
Ese ejercicio incluye varias tareas que se complementan entre sí y enriquecen nuestra experiencia. La sinceridad nos llama a expresar lo que somos y lo que sentimos, a quitarnos cualquier tipo de máscara y ofrecer al mundo nuestra verdad hecha de proyectos, dudas, emociones y temores. La lealtad implica establecer un compromiso firme y profundo con las personas que, a través de su amistad y cariño, se ofrecen sinceras a nosotros. La autenticidad es el requisito básico de ambas: tener claro quiénes somos y cómo somos y generar con los demás lazos de unión firmes, verdaderos y perdurables que enriquezcan la vida común. La práctica de todos esos valores guarda una estrecha relación con la honestidad y se refleja en la justicia de nuestras acciones: nunca fingiremos algo que no somos para obtener privilegios (como el chacal azul), llegaremos al final del juego aunque vayamos perdiendo.
El antivalor y sus riesgos
La hipocresía, la deslealtad y la simulación consiguen beneficios prácticos de corta duración y pueden confundirnos a tal grado que ya no tengamos claro quiénes somos o qué queremos.
La Marcha de la Lealtad
Desde su inicio, en noviembre de 1911 el gobierno del presidente Francisco I. Madero enfrentó muchos problemas. El 9 de febrero de 1913 la tensión llegó a su punto más alto. Al mando de dos seguidores de Porfirio Díaz un conjunto de militares de Tlalpan y otro de Tacubaya se sublevó para derrocarlo y se dirigieron al Palacio Nacional para dar un golpe de estado. En su residencia del Castillo de Chapultepec Madero estaba abandonado a su suerte. Sin embargo, los cadetes del Heroico Colegio Militar, el vicepresidente José María Pino Suárez, varios secretarios de estado y otros colaboradores se presentaron para darle su apoyo. Lo escoltaron en un recorrido a pie rumbo a Palacio Nacional. Éste se conoce como Marcha de la Lealtad. Los presidentes modernos la conmemoran con una ceremonia el 9 de febrero.
Frases
“Cuando un hombre tenga la fuerza de ser sincero, veremos extenderse por todo su carácter el valor, la independencia general, un dominio de sí mismo igual al que ejerce sobre los otros, un alma despejada de nubes, de miedo, de terror, el odio por los vicios y el desprecio por quienes se entregan a ellos. De un tallo tan noble y bello sólo brotan ramas de oro.”
—Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu, Elogio de la sinceridad
“Sólo en la sinceridad es posible la alegría perdurable.”
—Georg Christoph Lichtenberg
“La sinceridad es la medida del mérito.”
—Thomas Carlyle
“Todos estamos en la misma barca y en el mismo mar tormentoso. Todos nos debemos una gran lealtad.”
—Gilberth Keith Chesterton
“Quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que es.”
—Jean-Paul Sartre
“La honestidad es el primer capítulo del libro de la sabiduría.”
—Thomas Jefferson
“Ser sincero no es decir todo lo que se piensa, sino no decir nada contrario a lo que se piensa.”
—André Maurois
“La lealtad no significa nada a menos que en su corazón esté el principio del auto sacrificio.”
—Woodrow Wilson
“La autenticidad es más importante que nuestros logros.”
—Anónimo
“La honestidad es la mejor forma de actuar. Si pierdo mi honor, me pierdo a mí mismo.”
—William Shakespeare
“Lo que sale de tu corazón hará que ganes el corazón de los demás.”
—Johann Wolfgang von Goethe
“La fuerza de una familia, como la de un ejército, es la lealtad que exista entre sus miembros.”
—Mario Puzo
“Ningún hombre puede vivir dando una cara a la gente y otra a sí mismo, pues sólo acabará confundido.”
—Nathaniel Hawthorne
“Sólo los tontos practican las trampas y los trucos, pues carecen de la inteligencia para ser honestos.”
—Benjamin Franklin
“Los grandes hombres luchan contra todo aquello que obstaculiza su verdadera grandeza: su libertad y su sinceridad.”
—Friedrich Nietzsche
“Donde haya un grano de lealtad atisbamos la libertad.”
—Algernon Charles Swinburne
“Para encontrarte a ti mismo, piensa por ti mismo.”
—Sócrates
“Es difícil, pero no imposible, realizar negocios completamente honestos.”
—Mahatma Gandhi
“La sinceridad hace que la persona más sencilla valga más que el más talentoso de los hipócritas.”
—Charles Haddon Spurgeon
“La lealtad también consiste en ser fiel a uno mismo.”
—Germain Véronneau
“No me des amor, dinero ni fama. Mejor dame la verdad.”
—Henry David Thoreau
“Ser completamente honestos con uno mismo es el mejor ejercicio.”
—Sigmund Freud
“La sinceridad y la verdad son la base de toda la virtud.”
—Confucio
“Los caminos de la lealtad son siempre rectos.”
—Charles Dickens
“Si no dices la verdad sobre ti mismo, difícilmente podrás decir la de las otras personas.”
—Virginia Woolf
“Es mucho mejor un enemigo honesto que un falso amigo.”
—Proverbio alemán
Cuento
Un juego de dados
Había en la ciudad de Benarés un hombre, llamado Apu, aficionado a los juegos de mesa. Solía practicarlos en compañía de su amigo Amir. Sin embargo, entre ambos había una gran diferencia. Apu era honesto y sabía perder. Amir no: cuando iba ganando seguía con el juego; cuando iba perdiendo, sin que Apu se diera cuenta, se metía el dado a la boca y lo mantenía escondido debajo de la lengua para deshacerse de él más tarde.
—¡El dado se perdió! No lo veo por ningún lado —decía hablando de una forma peculiar.
Como si estuviera muy preocupado, fingía buscarlo abajo de la mesa, en sus prendas de ropa, entre los pliegues de la alfombra y terminaba por decir:
—Ni modo. El juego se acabó porque el dado no aparece.
Apu no tardó en darse cuenta de esta trampa y decidió darle una lección a su amigo. Al día siguiente, antes de la acostumbrada cita para jugar tomó el dado que iban a emplear y lo metió en una mezcla líquida de especias muy picantes. Lo sacó, lo dejó secar y como el dado era amarillo no se notaba nada extraño en él.
Amir llegó y comenzó el acostumbrado juego. Todo fue bien durante las tres primeras rondas, pues iba ganando. Sin embargo en el cuarto juego estaba a punto de perder. Le pareció sencillo usar el truco de siempre y se metió el dado a la boca. Pero en cuanto eso ocurrió sintió como si tuviera verdadera lumbre bajo la lengua.
—¡Socorro! ¡Socorro! —gritaba mientras corría de un lado al otro de la habitación.
Apu le preguntó, con malicia, qué le pasaba. Amir ya no podía hablar y sólo alcanzó a sacarse el dado de la boca. Apu le acercó una bebida que ya tenía preparada, a base de mantequilla, aceite de palma, miel y jugo de caña, especial para quitar el gusto picante. Amir la apuró de un sorbo sintiendo un gran alivio. Pronto estuvo en condiciones de hablar:
—¿Por qué me hiciste eso? —preguntó a Apu.
—Porque me di cuenta que me hacías trampa en el juego y no lo podía aceptar.
—¿Pero por qué te pareció tan importante, si jugamos sólo para entretenernos? —cuestionó Apu.
—Porque quise enseñarte que entre los amigos existe un compromiso de lealtad y que en cualquier situación, por simple que sea, hay que conducirse con rectitud. Vivir haciendo trampas sólo te traerá problemas, como este picante dado que te sorprendió.
—Cuento budista incluido en la antología Jataka.
Cuento
El chacal azul
Andaba un pobre y viejo chacal buscando algo de comer en las cercanías de una antigua ciudad africana. Pero no encontraba nada: ninguna presa fácil y ni siquiera los restos de algún almuerzo. Tanta era su hambre que decidió internarse en la ciudad, aunque estaba consciente del peligro que implicaba, pues podía ser atacado por perros callejeros y hasta por los propios habitantes.
Con cuidado comenzó a husmear por la calle del puente. De pronto escuchó un ladrido y, a lo lejos, vio que un perro se acercaba corriendo. Luego fueron dos y el grupo fue creciendo hasta sumar unos veinte canes que venían por él. Aterrorizado, comenzó a correr para escapar. De repente llegó a un callejón sin salida y no le quedó más remedio que saltar y entrar a una casa por la ventana que se hallaba abierta. Era el taller de un tintorero que en ese momento se hallaba fuera.
Al brincar, el chacal se volteó encima un balde con tintura azul que lo cubrió de patas a cabeza. Enojado por este accidente, permaneció oculto allí hasta que los perros se alejaron. Cuando salió, descubrió que era completamente azul. Corriendo, salió de la ciudad y se internó en la selva.
Cuando lo veían, los animales huían, pues nunca habían visto a un chacal azul. Con su habilidad característica, éste pensó en sacar el máximo provecho de la situación.
—¿Qué les da tanto miedo? ¿Por qué se alejan de mí? Esperen, pues voy a explicarles algo —les comentó.
Los leones, los tigres, las jirafas y todos los animales pequeños formaron un círculo para escucharlo.
—Ustedes no lo saben —dijo el chacal— pero soy el enviado de un poderoso mundo y vengo para convertirme en rey de ustedes. Yo seré su protector y ustedes tendrán que obedecerme.
Fascinados por su extraño color, los animales creyeron en sus palabras y lo aceptaron como rey. Muy contento él les exigía siempre nuevas cosas:
—Quiero la mejor carne, la mejor fruta y el mejor lugar para vivir. Es lo propio de un monarca —les exigía día y noche.
En una ocasión los animales se hallaban reunidos escuchando nuevas instrucciones cuando se oyeron los aullidos lejanos de una manada de chacales. El chacal azul sintió una gran nostalgia por el grupo al que pertenecía. Sin querer, derramó una lágrima y comenzó a aullar como chacal.
Los animales de la selva percibieron el engaño y quisieron atraparlo para darle su merecido. Pero el chacal azul salió corriendo; se sumergió en un lago, y cuando salió ya había recuperado su color normal. Alcanzó a la manada y se fue de allí con sus amigos feliz por hallarse de nuevo con los suyos.
—Cuento tradicional asiático
El valor en la historia
Palabra cumplida: El último viaje del doctor David Livingstone
Célebre como explorador y misionero, el doctor escocés David Livingstone (1813-1873) creció en un ambiente de amor por el prójimo. Desde muy pequeño se ganó la vida en una fábrica de algodón y, gracias al esfuerzo de sus padres, estudió medicina y teología con excelentes calificaciones. Al término de su formación decidió orientarse por el trabajo humanitario y se inscribió en una sociedad de misioneros. Ésta lo envió a África, cuyos habitantes vivían en pésimas condiciones y eran víctimas del tráfico de esclavos.
En diversos puntos del continente, Livingstone realizó exploraciones con el propósito de abrir vías de comunicación que permitieran un acceso más fácil a las personas y mercancías para mejorar la calidad de vida de las diferentes tribus. Descubrió el lago Ngami y el río Zambeze. También halló las cataratas de éste que luego se llamaron Cataratas Victoria.
Conforme encontraba grupos humanos, aunque no disponía de todos los medios necesarios, trataba de atender sus problemas de salud y alimentación. Lo más significativo fue, sin embargo, el conjunto de sus escritos enviados a Europa, en los que reportaba la injusticia y el sufrimiento producidos por la esclavitud. Aunque su impacto no fue inmediato, éstos contribuyeron mucho a provocar un cambio radical de actitud con respecto al tema. Pero para Livingstone ningún logro era suficiente.
Entre los ataques de animales, el hambre y el excesivo calor proseguía con su esfuerzo y creó una estrecha amistad con muchos nativos y jefes tribales que cobraron un gran aprecio por él. Durante seis años perdió todo contacto con Europa.
En 1869 enfermó de disentería (una infección intestinal), pero aun así siguió trabajando. Cuando ya no pudo continuar, los nativos de Zambia, sus amigos, lo colocaron en una camilla para llevarlo hasta el lugar donde pudiera recibir ayuda médica. Aunque el recorrido duró varias semanas, ellos no se cansaban. Pero su salud no mejoró y antes de morir pidió a sus amigos que hicieran llegar sus restos a Inglaterra.
El desafío era muy grande, pues significaba transportarlos a lo largo de 1,500 kilómetros, sorteando graves peligros: animales salvajes, tribus enemigas y ríos de poderosa corriente. Lo más fácil hubiera sido sepultarlo en el propio lugar de su muerte y quedarse con sus efectos personales, pero el sentido de lealtad —fundamental en las tribus africanas— que tenían con él no les permitió traicionar su promesa.
Prepararon el cuerpo, hicieron un cuidadoso inventario de sus propiedades e iniciaron el viaje a pie hasta la costa del Océano Índico. El recorrido duró diez meses (de abril de 1873 a febrero de 1874) y concluyó hasta cumplir la misión. Una vez en la costa las pertenencias del doctor y sus restos fueron embarcados. Hoy descansan finalmente en la Abadía de Westminster, Londres, pero su corazón quedó para siempre en África.
Actividades
Ponte en acción
El esfuerzo por llegar a ser una persona leal, auténtica, sincera y honesta tiene mucho que ver con la idea de claridad. Se trata de lograr que la luz vaya iluminando el espacio de nuestra vida para poder ver bien lo que se encuentra en él y observar con detenimiento cada uno de sus detalles. Esta luz se dirige a nuestro mundo exterior y a nuestro mundo interior: es decir, a nuestras ideas y sentimientos y a los de quienes nos rodean.
¿De dónde proviene esa luz? Del pensamiento: de la evaluación detenida de nosotros mismos y los demás. La reflexión nos permite reconocer el brillo de bienes muy valiosos, como el apego a las tradiciones y lazos familiares, nuestra capacidad de entrega y el compromiso con quienes queremos. A veces también revela defectos y problemas propios o mensajes falsos que nos dan los demás. El solo hecho de ponerlos en claro es un gran paso para reorientar nuestras actitudes y relaciones por el camino de la verdad.
- Es común que la gente diga mentiras chicas y grandes. Comienza una cruzada contra ellas y elimínalas de tu vida. Habla a los demás con la verdad y también reconoce interiormente tus verdades. No aceptes de los otros explicaciones que te parezcan falsas.
- Nunca rechaces tus orígenes, al contrario, descubre toda la riqueza que guarda tu cultura, tus creencias, tu familia y tu propia historia y compártela con los demás. Invítalos a que te revelen su riqueza. Si sufres rechazo no te des por vencido: busca a quienes sean sensibles para comprenderte.
- Abre tu mundo a los demás: escribe un diario y compártelo. Abre las puertas de tu casa (no importa cómo sea) y permite que tus amigos la conozcan.
Lo que aprendiste:
Distinguir y expresar la verdad (en palabra y en obra) te permite construir una vida segura y plena, ajustada a tus propósitos y proyectos en la que llevas al máximo tu potencial. Te ayuda a construir lazos sólidos y afectuosos con los demás.
Busca en la biblioteca de la escuela alguna versión (hay para diferentes edades) del relato Pinocho de Carlo Collodi, la obra más famosa sobre los peligros de la mentira.
El escritor Guillermo Prieto defendió la vida del presidente Benito Juárez pronunciando la frase “Los valientes no asesinan” y colocándose entre él y quienes lo iban a matar. Investiga ese episodio y sus antecedentes. Responde por escrito a la pregunta “¿Cómo se generó la lealtad de Prieto con Juárez?”
Investiga el origen griego de la palabra “hipócrita”. El resultado te sorprenderá.
Fuente: www.valores.com.mx