Definición:
Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros.
En un mundo rápido y competitivo muchas personas tienden a pensar que la clave para sobrevivir está en buscar sólo su beneficio personal, sin importar lo que ocurre con los demás. Se les llama individualistas. Al no dar ayuda, no la reciben. Piensan sólo en sí mismas y efectúan cada acción evaluando su propia conveniencia.
Como ignoran que forman parte de una comunidad creen que sólo importan sus opiniones y necesidades. Es como si pensarán “si yo no me mojo, no importa que diluvie”. Mediante esa actitud ellos mismos dejan de importar a los demás, y su mundo se convierte en un horizonte estrecho y pobre. Por más que un hombre se esfuerce es poco lo que puede hacer solo. Entregarse a una causa común, vincularse con los demás para obtener un logro, impulsar la vida en sociedad, enriquece el pensamiento, el corazón y las posibilidades humanas.
Viviendo el valor
El valor de la solidaridad se manifiesta al reconocer que, para cualquier objetivo, no bastan los esfuerzos individuales. Quien lo vive se abre a la posibilidad de recibir ayuda, y también esta dispuesto a darla. Implica la búsqueda de una fraternidad que comienza entre dos personas, se extiende a la sociedad, alcanza a un país entero, trasciende las fronteras y abarca a la humanidad en su conjunto sin distinguir credo, sexo, raza, nacionalidad u orientación política.
Unidos para un fin común
Los hermanos crecen juntos y, con frecuencia, se unen para conseguir un objetivo común, por ejemplo, cuidar de sus padres cuando son mayores. La posibilidad de sumar esfuerzos en la búsqueda de un propósito generoso rebasa los limites de la familia y es el principio de la sociedad. Tu y tu vecino de enfrente pueden proponerse, por ejemplo, recoger a diario las hojas secas de la banqueta para beneficio de los dos. Pero también pueden hacer planes en bien de alguien mas, como ayudar a un compañero que no sabe manejar bien la pelota de futbol y explicarle lo que ustedes saben. Cuando eres solidario sientes que la humanidad es tu gran familia, comprendes que necesitas ayuda, pero también estás dispuesto a darla. Al sumar ideas, esfuerzos y trabajo el mundo empieza a transformarse. La experiencia de la comunidad enriquece tu vida.
Para la vida diaria
Conversa con tus vecinos. ¿Qué esta haciendo falta en su cuadra? Organicen una acción comunitaria para resolver el problema.
Al saber de algún caso de necesidad (por ejemplo, un pueblo afectado por las inundaciones) participa en las campanas de apoyo, en la medida de tus posibilidades. Si cada persona lleva una bolsa de arroz , pronto habrá suficiente para alimentar a los damnificados.
No permanezcas ajeno a lo que ocurre en tu ciudad, en tu país o el mundo: escucha las noticias, lee el periódico. Piensa como puedes participar en la búsqueda de soluciones.
Aprende a conocer la sociedad en que vives. Es tan grande que, con seguridad, ofrece algún mecanismo para ayudarte en lo que necesitas.
Por el camino de la solidaridad
No veas en los demás un obstáculo para tus propósitos. No seas un obstáculo para los de ellos. Visualiza tu comunidad como una red de apoyo que enriqueces con tus aportaciones y puedes usar para apoyarte.
Si perteneces a un grupo (un equipo deportivo, una comunidad religiosa, etc.) procura que vaya mas allá de su propósito original: aprovechando que ya están juntos hagan algo en bien de los demás.
Comparte tus inquietudes con tu comunidad e invita a sus miembros a trabajar juntos en asuntos clave: la seguridad de tu barrio o la ayuda a personas muy necesitadas (por ejemplo, los niños de la calle).
1985: Cuando la tierra tembló
El 19 de septiembre de 1985 hubo un fuerte terremoto en la Ciudad de México. Cientos de edificios se cayeron, muchas personas quedaron atrapadas entre los escombros y miles más perdieron su hogar. Nadie había previsto que pudiera ocurrir algo así y los planes de emergencia que había resultaron insuficientes.
Pero los habitantes del Distrito Federal reaccionaron de una manera inesperada. Muchos de ellos, sin experiencia alguna, realizaron tareas de rescate. Otros organizaron centros de acopio para reunir ropa, agua y medicamentos para los damnificados. Algunos más trabajaron en los albergues atendiendo a los niños pequeños y los ancianos, y unos más les abrieron las puertas de su hogar. Hubo historias de peligro, heroísmo y grandes logros compartidos.
A ello se sumó una buena respuesta internacional, pues decenas de países enviaron ayuda humana y material.
Con el temblor, de la tierra de México brotó la solidaridad. La acción comunitaria de aquellos hombres y mujeres transformó el rostro político y social del país en las dos décadas siguientes.
Frases
La solidaridad no es un sentimiento de vaga compasión, o una pequeña incomodidad por las cosas malas que le pasan a mucha gente, cerca y lejos de nosotros. Por el contrario, es una determinación firme y perseverante para comprometernos con el bien de todos y cada uno de los individuos. En realidad, todos somos responsables de todos.
—Juan Pablo II.
El lazo más fuerte de simpatía humana debería ser unir a las personas de todas las naciones y todas las lenguas.
—Abraham Lincoln
Nacimos para unirnos con los demás hombres y formar una comunidad con la raza humana.
—Marco Tulio Cicerón
He comprendido que mi bienestar sólo es posible cuando reconozco mi unidad con todas las personas del mundo, sin excepción.
—León Tolstoi
Creo en la unidad esencial de todas las personas y, en general de todo lo que vive.
—Mahatma Gandhi
Estamos en la Tierra para ayudar a los otros.
—W. H. Auden
Nuestro espíritu humano exige sin demora la solidaridad y la unión entre pueblos y naciones, más allá de las diferencias que podrían separarlos.
—Augusto Roa Bastos
Fomentar la comprensión entre los seres humanos es condición y garantía de la solidaridad intelectual y moral de la humanidad.
—Edgar Morin
El mejor camino hacia la solidaridad humana es la búsqueda y el respeto de la dignidad individual.
—Pierre Lecomte du Noüy
El aislamiento es un creciente obstáculo para la solidaridad política.
—Elfriede Jelinek
Cuento
La abeja reina
Tres hermanos habían partido, cada uno por su lado, en busca de fortuna. Los mayores eran apuestos e inteligentes. El menor, llamado Benjamín, no tan guapo y un poco distraído.
Meses después se encontraron. Los grandes se rieron de Benjamín y le comentaron: “Si nosotros, con todo nuestro ingenio no hemos podido salir adelante, cómo quieres hacerlo tú, siendo tan bobo?” Andando, llegaron a un hormiguero. Los mayores quisieron revolverlo para divertirse viendo cómo corrían los asustados insectos. Pero Benjamín intervino:
—Déjenlas en paz. No las molesten.
Pasos más adelante encontraron un lago con docenas de patos silvestres. Los mayores propusieron apoderarse de un par de ellos para asarlos y comerlos. Pero Benjamín se opuso:
—Déjenlos en paz. No los molesten.
Por último, en el tronco de un árbol, hallaron una colmena. Producía tanta miel que ésta escurría por las ramas. Los hermanos mayores planeaban encender una hoguera para hacer un espeso humo, expulsar a las abejas y comerse toda la miel. Pero Benjamín salió en su defensa:
—Déjenlas en paz. No las molesten.
Cansados de caminar sin rumbo, llegaron finalmente a un pequeño pueblo donde, por efecto de un hechizo, todos los animales y los habitantes se habían convertido en figuras de piedra.
Entraron al gran palacio. La corte y el rey habían sufrido el encantamiento de otra manera: habían caído en un sueño profundo. Tras recorrer las galerías los tres hermanos llegaron a una habitación donde había un hombrecillo de corta estatura.
Al verlos, éste no les dijo nada. Simplemente los tomó del brazo y los condujo a una mesa donde estaban servidos ricos manjares.
Cuando terminaron de cenar, sin pronunciar palabra, llevó a cada uno a un confortable dormitorio. Los tres durmieron un sueño reparador, y despertaron llenos de energía al día siguiente.
El hombrecillo fue por el hermano mayor y lo llevó a una mesa de piedra para darle de desayunar. Sobre ella estaban escritas las tres pruebas que debía superar para librar al pueblo del encantamiento.
La primera era ésta: en el bosque, bajo el musgo, estaban las mil perlas de la princesa. Había que buscarlas todas antes de que el sol se pusiera y traerlas al palacio. Si no las hallaba, él mismo se convertiría en piedra.
El mayor fue pero, a pesar de su esfuerzo, sólo halló cien, y se convirtió en piedra.
Al día siguiente, el segundo hermano realizó la prueba, pero sólo halló doscientas y también se convirtió en piedra.
Llegó el turno de Benjamín. Éste llegó temprano y se puso a buscar en el musgo. Casi no encontraba ninguna y se sentó en una piedra a llorar de aflicción. Pero por allí andaba el rey del hormiguero que él había salvado. Venía acompañado de cinco mil hormigas para ubicar las perlas.
En muy poco tiempo habían encontrado todas y las juntaron en un montón.
Cuando volvió al palacio para entregarlas, Benjamín encontró que le esperaba la segunda prueba. La llave de la alcoba de la princesa se había caído al fondo del lago. Era necesario recuperarla.
Al llegar a la orilla vio a los patos que había protegido de sus hermanos. Todos se sumergieron bajo el agua y, en cuestión de minutos, uno traía la dorada llave en el pico.
La tercera prueba era la más difícil. Entre las tres hijas del rey, que estaban dormidas hacía meses, había que escoger a la menor, que era la más buena.
El problema es que eran muy parecidas. Sólo las diferenciaba un detalle. Las dos mayores habían comido un terrón de azúcar, y la menor, una cucharada de miel. «¿Qué haré?” pensó Benjamín muy apurado.
Pero entonces, por la ventana entró volando la reina de las abejas y se posó en la boca de la que había comido miel. De este modo, Benjamín reconoció a la más buena.
En ese mismo instante se rompió el encantamiento. Los habitantes del palacio despertaron y todas las figuras de piedra recuperaron su forma humana. Benjamín se casó con la princesa más joven y, años después, llegó a ser rey. Sus hermanos, liberados también del hechizo, se casaron con las otras dos hermanas.
—Adaptación de La abeja reina de los Hermanos Grimm.
Fuente: www.valores.com.mx