VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD A MACEDONIA ENCUENTRO ECUMÉNICO E INTERRELIGIOSO CON LOS JÓVENES
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Centro Pastoral, Skopie
Martes, 7 de mayo de 2019
Queridos amigos:
Siempre es un motivo de alegría y esperanza poder tener estos encuentros. Gracias por haberlo hecho posible y haberme regalado esta oportunidad. Gracias de corazón por vuestra danza, tan bonita, y vuestras preguntas. Yo sabía las preguntas: las recibí y las conocía, y preparé algunos puntos para reflexionar con vosotros sobre estas preguntas.
Comienzo por la última —como dijo el Señor, los últimos serán los primeros—. Liridona, después de compartirnos lo que anhelabas me preguntabas: «¿Sueño demasiado?». Una muy linda pregunta que me gustaría que respondiéramos juntos. Para vosotros, ¿Liridona sueña mucho?
Quisiera deciros: nunca se sueña demasiado.
Uno de los principales problemas de la actualidad y de tantos jóvenes es que han perdido la capacidad de soñar. Ni mucho ni poco, no sueñan; y cuando una persona no sueña, cuando un joven no sueña, ese espacio es ocupado por el lamento y la resignación o la tristeza. «Esto lo dejamos para aquellos que siguen a la “diosa lamentación” […]. Es un engaño: te hace tomar la senda equivocada. Cuando todo parece paralizado y estancado, cuando los problemas personales nos inquietan, los malestares sociales no encuentran las debidas respuestas, no es bueno darse por vencido» (Exhort. apost. postsin. Christus vivit, 141). Por eso, querida Liridona, queridos amigos, nunca, pero nunca, se sueña mucho. Tratad de pensar en vuestros sueños más grandes, como el de Liridona —¿lo recordáis?—: dar esperanza a un mundo cansado, junto con los demás, cristianos y musulmanes. Sin lugar a dudas un sueño muy hermoso. Ella no pensó en cosas pequeñas, en cosas “rastreras” sino que soñó en grande.
Y vosotros, jóvenes, debéis de soñar en grande.
Hace unos meses, con un amigo, el Gran Imán de Al-Azhar Ahmad Al-Tayyeb, también tuvimos un sueño muy parecido al tuyo que nos llevó a querer comprometernos y firmar juntos un documento que dice que la fe nos tiene que mover a los creyentes a ver en los otros a un hermano que debemos sostener y amar, y no dejarnos manipular por intereses mezquinos (cf. Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dabi, 4 febrero 2019). Nosotros somos mayores, no es una edad para soñar. Pero soñad, y soñad a lo grande.
Y eso me hace pensar en lo que nos decía Bozanka: que a vosotros los jóvenes os gustan las aventuras. Y me alegra que así sea, porque es la manera más hermosa de ser joven: vivir una aventura, una buena aventura. El joven no tiene miedo a hacer de su vida una buena aventura. Y os pregunto: ¿Qué aventura requiere más valor que ese sueño que nos compartió Liridona: el de darle esperanza a un mundo cansado?
El mundo está cansado, ha envejecido; el mundo está dividido y parece que es rentable dividirlo y dividirnos aún más.
Hay tantos mayores que quieren dividirnos entre nosotros. ¡Estad atentos! Con cuánta fuerza pueden resonar las palabras del Señor: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). ¿Qué adrenalina mayor que la de empeñarse todos los días, con dedicación, en ser artesanos de sueños, artesanos de esperanza? Los sueños nos ayudan a mantener viva la certeza de saber que otro mundo es posible y que estamos invitados a involucrarnos y formar parte de él con nuestro trabajo, con nuestro compromiso y acción.
En este país hay una hermosa tradición, la de los artesanos escultores, hábiles en tallar y trabajar la piedra. Es necesario ser como esos artistas y convertirnos en buenos escultores de los propios sueños. Tenemos que trabajar sobre nuestros propios sueños. Un escultor toma la piedra en sus manos y lentamente comienza a darle forma y a transformarla, con dedicación y esfuerzo, y sobre todo con muchas ganas de ver cómo esa piedra, por la que nadie daría nada, se convierte en una hermosa obra de arte.
«Los sueños más bellos se conquistan con esperanza, paciencia y empeño, renunciando a las prisas ―como aquellos artistas—. Al mismo tiempo, no hay que detenerse por inseguridad, no hay que tener miedo de apostar y de cometer errores —no, no tengáis miedo—. Sí hay que tener miedo a vivir paralizados, como muertos en vida, convertidos en seres que no viven porque no quieren arriesgar —y un joven que no arriesga es un muerto—, porque no perseveran en sus empeños o porque tienen temor a equivocarse. Aun si te equivocas siempre podrás levantar la cabeza y volver a empezar, porque nadie tiene derecho a robarte la esperanza» (Exhort. apost. postsin. Christus vivit, 142). No os dejéis robar la esperanza.
Queridos jóvenes, no tengáis miedo de convertiros en artesanos de sueños y artesanos de esperanza. ¿De acuerdo? [responden con un aplauso].
«Es cierto que los miembros de la Iglesia no tenemos que ser “bichos raros”. Todos tienen que sentirnos hermanos y cercanos, como los Apóstoles, que “gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hch 2,47; cf. 4,21.33; 5,13). Pero al mismo tiempo tenemos que atrevernos a ser distintos, a mostrar otros sueños que este mundo no ofrece, a testimoniar la belleza de la generosidad, del servicio, de la pureza, de la fortaleza, del perdón, de la fidelidad a la propia vocación, de la oración, de la lucha por la justicia y el bien común, del amor a los pobres, de la amistad social» (ibíd., 36).
Pensad en Madre Teresa. Cuando vivía aquí no se imaginaba cómo sería su vida, pero no dejó de soñar y de esforzarse por descubrir siempre el rostro de su gran amor, que era Jesús, descubridlo en todos aquellos que estaban al borde del camino. Ella soñó a lo grande y por eso también amó a lo grande. Tenía los pies bien plantados aquí, en su tierra, pero no estaba con los brazos cruzados. Quería ser “un lápiz en las manos de Dios”. Ese fue su sueño artesanal. Lo ofreció a Dios, creyó, sufrió, no renunció nunca. Y Dios comenzó a escribir páginas inéditas y asombrosas con ese lápiz. Una joven de vuestro pueblo, una mujer de vuestro pueblo, soñando, escribió cosas grandes. Es Dios quien las ha escrito, pero ella las soñó y se dejó guiar por Dios.
Cada uno de vosotros, al igual que Madre Teresa, está llamado a trabajar con sus propias manos, a tomar la vida en serio, para hacer algo hermoso con ella.
No permitamos que nos roben los sueños (cf. ibíd., 17), ¡no, estad atentos! No nos perdamos la novedad que el Señor nos quiere regalar. Encontraréis muchos imprevistos, muchos… pero es importante que los afrontéis y busquéis con creatividad transformarlos en una oportunidad. Pero nunca solos, nadie puede pelear solo. Como lo compartieron Dragan y Marija: “Nuestra comunión nos da la fuerza para afrontar los desafíos de la sociedad actual”.
Retomo lo que han dicho Dragan y Marija: “Nuestra comunión nos da la fuerza para afrontar los desafíos de la sociedad actual”. He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente, no se puede vivir la fe, los sueños sin comunidad, solo en su corazón o en casa, encerrado o aislado entre cuatro paredes, se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante.
¡Qué importante es soñar juntos! Como hacéis hoy aquí, todos unidos, sin barreras.
Por favor, soñad juntos, no solos; soñad con los demás, nunca contra los demás. Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos.
Hace unos minutos vimos a dos niños jugando aquí. Querían jugar, jugar juntos. No fueron a jugar con la pantalla del ordenador, querían jugar en lo concreto. Los vimos: estaban felices, felices. Porque soñaban con jugar juntos, el uno con el otro. ¿Los habéis visto? Pero en un cierto momento, uno se dio cuenta de que era más fuerte que el otro, y en lugar de soñar con el otro, comenzó a soñar contra el otro e intentaba vencerlo. Y esa alegría se convirtió en el llanto de ese pequeño que terminó en el suelo. Habéis visto cómo uno puede pasar de soñar con el otro a soñar contra el otro. Nunca se debe dominar al otro.
La comunidad se hace con el otro: esta es la alegría de seguir adelante. Es muy importante.
Dragan y Marija nos decían lo difícil que resulta esto cuando todo parece aislarnos y privarnos de la oportunidad de encontrarnos —de esto “soñar con el otro”—. En los años que tengo —y no son pocos—, ¿sabéis cuál es la mejor lección que he visto y conocido a lo largo de mi vida? El “cara a cara”. Hemos entrado en la era de las conexiones, pero poco sabemos de comunicaciones. Muchos contactos, pero se comunica poco. Muy conectados y poco involucrados los unos con los otros. Porque involucrarse pide la vida, exige estar y compartir momentos buenos… y no tan buenos. En el Sínodo dedicado a los jóvenes, que tuvimos el año pasado, pudimos vivir la experiencia de encontrarnos cara a cara, jóvenes y no tan jóvenes, y escucharnos, soñar juntos, mirar hacia delante con esperanza y gratitud.
Ese fue el mejor antídoto contra la desesperanza, contra la manipulación, contra la cultura de lo instantáneo, de los muchos contactos sin comunicación, contra la cultura de los falsos profetas que sólo anuncian calamidades y destrucción. El antídoto es escuchar y escucharnos. Y, ahora, permitirme que os diga algo que llevo muy en el corazón, regalaros la oportunidad de compartir y disfrutar un buen “cara a cara” con todos, pero especialmente con vuestros abuelos, con los mayores de vuestra comunidad. Alguno quizás ya me lo ha escuchado decir, pero creo que es un antídoto contra todos aquellos que quieren encerraros en el presente, ahogándoos y asfixiándoos con presiones y exigencias de una supuesta felicidad, donde parece que el mundo se acaba y hay que hacerlo y vivirlo todo ya. Esto genera con el tiempo mucha ansiedad, insatisfacción y resignación.
Para un corazón enfermo de resignación, ningún remedio es mejor que escuchar las vivencias de sus mayores.
Amigos, dedicad tiempo a vuestros ancianos, a vuestros mayores, escuchad sus largas narraciones, que a veces parecen fantasiosas, pero que, en realidad, están llenas de experiencias valiosas, llenas de símbolos elocuentes y sabiduría oculta que hay que descubrir y valorar. Son narraciones que requieren tiempo (cf. Exhort. apost. postsin. Christus vivit, 195). No olvidemos un dicho: un enano puede ver más lejos desde los hombros de un gigante. Así tendréis una visión como nunca la habíais tenido. Entrad en la sabiduría de vuestro pueblo, de vuestra gente, entrad sin vergüenza ni complejos, y encontraréis una fuente de creatividad insospechada que lo llenará todo, os permitirá ver caminos donde otros ven murallas, posibilidades donde otros ven peligro, resurrección donde muchos sólo anuncian muerte.
Por eso, queridos jóvenes, os digo que hablen con vuestros abuelos y con vuestros mayores.
Son las raíces, las raíces de vuestra historia, las raíces de vuestra gente, las raíces de vuestras familias. Debéis aferraros a las raíces para tomar la savia que hará que el árbol crezca y dé flores y frutos, pero siempre desde las raíces. No digo que debáis enterraros con las raíces: no, esto no. Sino que tenéis que ir a escuchar las raíces y tomar la fuerza de allí para crecer, para avanzar. Si las raíces se cortan de un árbol, ese árbol muere. Si a vosotros jóvenes os cortan las raíces, que son la historia de vuestro pueblo, moriréis. Sí, viviréis, pero sin fruto: vuestra patria, vuestro pueblo no podrá dar fruto porque os habéis separado de las raíces.
Cuando era niño, nos decían en la escuela que cuando los europeos descubrieron América llevaban espejitos de colores: se los mostraban a los indios, a los nativos, y se emocionaban con los espejitos de colores, que no conocían. Y esos indios olvidaron sus raíces y compraron espejitos de colores y, a cambio, les dieron oro. Con los espejitos de colores, les robaban el oro. Era la novedad, y dieron todo para tener esta novedad que no valía nada.
Vosotros, jóvenes, estad atentos, porque incluso hoy hay conquistadores, colonizadores que nos traerán espejitos de colores: son las colonizaciones ideológicas.
Vendrán a vosotros y os dirán: “No, vosotros tenéis que ser un pueblo más moderno, más adelantado, más aventajado, tomad estas cosas, seguid este camino, olvidad las cosas viejas: Seguid adelante. ¿Qué debéis hacer? Discernir. ¿Es algo bueno lo que me trae esta persona, que está en sintonía con la historia de mi pueblo? ¿O son “espejitos de colores”? Y para no engañarnos, es importante hablar con los ancianos, hablar con los ancianos que os transmitirán la historia de vuestro pueblo, las raíces de vuestro pueblo. Hablar con los ancianos, para crecer. Hablad con nuestra historia para llevarla aún más lejos. Hablar con nuestras raíces para poder echar flores y dar frutos.
Y ahora tengo que terminar, porque el tiempo corre.
Pero os confieso algo: Desde el comienzo de esta conversación con vosotros, mi atención se centró en una situación. Estaba mirando a esta mujer, aquí delante: espera un bebé. Espera un niño, y algunos de vosotros pensarán: “Oh, qué calamidad, pobre mujer, cómo tendrá que trabajar”. ¿Alguien piensa esto? No. Nadie piensa esto: “Oh, pasará muchas noches sin dormir porque el bebé llorará…”. No. Ese bebé es una promesa, mira hacia adelante. Esta mujer se arriesgó a traer un niño al mundo porque mira hacia adelante, mira la historia. Porque tiene la fuerza de las raíces para continuar con la vida, para continuar con la patria, para hacer avanzar al pueblo.
Y todos terminamos con un aplauso para todas las mujeres jóvenes, para todas las mujeres valientes que llevan la historia.
¡Y gracias al traductor que ha sido muy capaz!
Señor, ¿quieres mis manos?
VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD A MACEDONIA ENCUENTRO ECUMÉNICO E INTERRELIGIOSO CON LOS JÓVENES
(Oración de Madre Teresa)
Señor, ¿quieres mis manos
para ayudar hoy
a los pobres y enfermos que lo necesitan?
Señor, hoy te ofrezco mis manos.
Señor, ¿quieres mis pies
para que me lleven hoy
a quienes necesitan un amigo?
Señor, hoy te ofrezco mis pies.
Señor, ¿quieres mi voz
para que hable hoy
con los que necesitan tu palabra de amor?
Señor, hoy te ofrezco mi voz.
Señor, ¿quieres mi corazón
para que ame a todos, sin excepción?
Señor, hoy te ofrezco mi corazón.